Abstract
A primera vista no habría algo más distante que la Religión de la Materia. La primera estaría preocupada por lo que en el propio lenguaje religioso se denomina alma o espíritu, y nosotros –los cientistas sociales– las representaciones; la segunda correspondería al mundo real, objetivo, mensurable. El alma, espíritu o las ideas –hablemos tanto en términos sacros como profanos– estarían imbuidas de voluntad, acción y de una ética o moral; por ende sólo corresponden a lo humano –y a las leyes de la Sociedad–. La materia sería algo inerte –solo sigue las leyes del universo– pero disponible a aquello que tiene voluntad de transformarla; la voluntad y la moral le son ajenas. Si una persona, grupo o cultura osa colocar voluntad en la materia, los antropólogos lo denominaremos animismo o antropomorfismo, tal cual señalaba James Frazer al hecho de que los “pueblos primitivos” concibieran que por ejemplo un árbol, un ente de la naturaleza, fuera el cuerpo de un espíritu arbórico –lo que denominaba estrictamente animismo– o simplemente su morada –lo que denominaba deísmo ([1922] 1996: 151/482).